miércoles, 17 de diciembre de 2014

En medio de la nada

Querida Miriam:
Te escribo otra carta que, como las anteriores, no sé si será la última. En realidad aquí nunca sabes cuándo será lo último de nada, porque todos suponemos que el final está infiltrado entre nuestras tropas, aunque solo algunos tienen la desgracia de desenmascararlo. Ya sé que apenas tienes edad para balbucear y que aún tardarás en aprender a leer. Sin embargo, somos lo que hacemos, y decir y escribir también es hacer. Si no regreso, nunca sabré cómo me imaginarás, así que al menos quiero dejarte estas palabras para ayudarte a que traces parte de mi perfil mientras mi mente te esculpe en silencio. En realidad no tengo nada más que dejarte, ya que, si muero antes de volver, no creo ni siquiera que os llegue una mota de las cenizas que conformarán ese cuerpo derruido en el que me habré convertido.
Nunca he aspirado a ser un buen narrador, y ni siquiera si lo fuera podría contarte novedades sustanciales con respecto a mis cartas anteriores. Aquí, incluso en los días en los que hay más acción y movimiento, la nada termina por devorarlo todo. Paradójicamente, ese parece ser nuestro objetivo y el de quienes pelean contra nosotros: conseguir que la nada termine imponiéndose a todo.
A veces pienso que, en algunas cosas, vivimos una vida en la que experimentamos sensaciones parecidas. El dolor, el hambre, el frío… ambos nos hemos visto obligados a convivir con ello al habernos encontrado de buenas a primeras en un entorno muy distinto a aquel que nos otorgaba una placidez envidiable solo unos meses atrás. La diferencia entre nuestras hambres, nuestros dolores y nuestros fríos es que, si me lo permites, los míos se ven agudizados por el peso de lo incomprensible. Tú aún tardarás en reconocerlo, pero aquí los que dan órdenes desde cuarteles protegidos y los que las ejecutamos entre barro, sangre y alambre de espino solo nos diferenciamos en los años que se tienen ahorrados en el zurrón de los párpados.
Por eso te escribo, porque aquí la recompensa no es la victoria sino el tiempo, ese que, si consigo volver, emplearé en demostrarte que esto no sirve para nada, que solo vivir sirve para algo, que si muero nunca aceptes que digan que fui un héroe, como tampoco quiero que lo admitas si logro sobrevivir. En la guerra no se es víctima, ni mártir ni verdugo, porque en el momento en el que te atrapa comienzas a no ser nada. Ojalá te pueda ver crecer pero, si eso no sucede, solo te ruego una cosa: no dejes nunca de ser, Miriam.

(Texto publicado originalmente en el blog de los clubes de lectura organizados por la editorial Playa de Ákaba.)

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