Estaba
perfectamente seguro de que había llegado el otoño porque el estómago le
comenzaba a saber a plomo. Nunca lo había probado, claro, pero solo con verlo
era capaz de detectar su gusto en esas paredes estomacales que se descerrajaban
poco a poco, disfrutando de la molesta lumbre que provocaban. Vio al sol hincar
la cabeza a través de la ventana y asumió que había llegado el momento de estar
más tiempo en ese lado, tan dentro de su casa como fuera de toda conexión con
las ilusiones que las dos estaciones anteriores habían ido difuminando ante sus
ojos. Unos lo denominaban hastío. Para otros era simple melancolía. Él prefirió
seguir llamándolo certeza.
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